viernes, 17 de agosto de 2012

Khajuraho...

La redactora jefa ha estado unos días convalesciente, pido disculpas y prosigo con el relato desde nuestra amada ciudad condal...

Acabamos de visitar Agra con Lala, un simpático conductor de rickshaw que nos amenizó las largas horas que quedaban antes de llegar a la pacífica Khajuraho. En la estación, nuestro hogar durante seis horas, una de las plataformas se convirtió en poco tiempo en un ring de boxeo entre dos indios... todos los demás en lugar de separarles los animaban haciendo caso omiso a los miembros de seguridad del recinto. Tras tantas horas conocimos a un grupo de catalanas que queria albergarse en el mismo yogi hostel que nosotras...Eso significaba dos cosas: españoles en la misma ciudad que nosotras, necesidad de correr para conseguir sitio en el yogi a la mañana siguiente.
Así que dicho y hecho, nada más llegar teniamos un tuktuk esperandonos ( el del hermano de Lala) que vino a buscarnos a la estación. Ahora sí que tuvimos la sensación de estar en Pekin Express! Finalmente llegamos a Khajuraho, un pueblito compuesto por más templos que casas y rodeado de la naturaleza en su estado más puro. El hostel era coqueto y en la terraza respiramos al fin una tranquilidad que echabamos de menos ( Jaipur, Agra...). Mientras desayunabamos un indio con un parecido alucinante al secretario del emperador de la película Mulán, nos hizo un masaje de muestra con el objetivo de que le compraramos el masaje completo de una hora por unas 300 rupias, nos cameló enseguida y nos pasamos la tarde como una maharajás disfrutando del sobeteo curativo.
Al dia siguiente decidimos alquilar unas bicicletas para ir a ver las famosisimas cascadas. El precio irrisorio del alquiler y la temperatura favorable acabaron por convencernos de que estabamos en forma para recorrer una distancia de 40 km en bici sin marchas . Lo que vimos esa mañana nos acabó de enamorar de la India, aunque pensabamos que estabamos en Camboya, la postal era espléndida: mujeres con cestas de mimbre en la cabeza, brahmanes sentados sobre carros de madera, niños bañandose semidesnudos bajo las bombas hidráulicas, campos de arrozal tan extensos que no alcanzaba la vista, vacas bipolares que se creian hipopotamos y un color verde que no habiamos visto jamás, una intensidad que seguro han inventado allí. 

Al llegar a la puerta verde que separaba la naturaleza gratuita de la de pago, compramos la entrada para las cascadas, un solecito de bronce a un entrañable anciano y algo de agua para reponer energia. Pronto empezaríamos a oir el sonido del agua que caía con una fuerza sorprendente y que provocó mis primeros guaaaus a grito pelado y la alucinación posterior de Nini cuando paramos para ver de cerca aquella inmensidad acuatica mezclada con las moles de piedra que precipitaban el agua varios metros abajo. Si hacía poco tiempo nos había himnotizado el trabajo del hombre con el Taj Mahal en aquella ocasión sería la propia naturaleza la que nos atraparía durante varios minutos. 

Exhaustas ya en el hostel estuvimos de acuerdo al calificar aquel día como uno de los mejores de nuestras vidas. 
El dia siguiente lo dejamos para ver templos, todos ellos preciosos y de un valor artistico incalculable, en los que se entremezclan escenas de la vida cotidiana, con escenas bélicas y algunas practicas sexuales que nos hicieron llevar las manos a la cabeza. Los monitos, las ardillas, el intenso calor, las explanadas de cesped completaron una mañana preciosa que acabó con mi salud bajo mínimos.

Teníamos que descansar para el trayecto de 4 horas en autobús hasta Sathna desde donde cogimos el tren que nos llevaría a Varanasi, la última ciudad de nuestro impresionante viaje, la ciudad que nos dejó sin aliento...

No hay comentarios:

Publicar un comentario